lunes, 20 de febrero de 2017

Tata Yogui

Ya le dije que era un recipiente de Ikea muy barato y que lo había decorado tan solo con unas flores artificiales… pero nada, erre que erre que quería uno igual para su casita.

Así que lo busqué, para ella. El mío es de hace muchos años, blanco y tiene un pequeño desperfecto (mi gatita Sally, lo tiró al suelo). 

Tuve suerte pues en todos estos años, no lo han dejado de fabricar y aunque ahora es de un color blanco más tirando a hueso, conseguí prácticamente uno igual. Después busqué también las mismas flores artificiales, pero me parecía tan soso que pensé en añadirle algo especial...

Y es que a mi hermana, a la más mayor de las tres, el yoga le cambió la vida.

La jovencita pelirroja de pecosas mejillas, que escribía preciosos poemas románticos y pintaba a cada rato, se esfumó cuando entró en la universidad. La medicina requería muchas horas de concentración y estudio. 

La presión de ser el orgullo de la familia, el estrés del gasto económico que los libros y otras cosas, estaban suponiendo; el mal humor en aumento (por culpa de esto último) del Sr. Scrooge, que hacía muy complicado encontrar un espacio donde poder estudiar en silencio...

Todo eso provocó que aquella jovencita desapareciera. 

En su lugar apareció un gran chubasquero amarillo y grande, donde todo resbalaba y ya nada le tocaba. 

En aquella época en la que todavía yo era una niña, mi hermana se convirtió en una desconocida.

Hasta ese momento había sido como una segunda madre, pues se había ocupado muchas veces de mí como tal y por eso mismo, no existía la complicidad que sí tenía con mi hermana mediana, pues era quien a veces nos regañaba o se chivaba de nosotras, si hacíamos algo mal.



Pero recuerdo cuando estudiaba en la habitación que compartíamos las tres, cuando aún estaba en el instituto. Lo hacía por la noche para aprovechar el silencio. Mi hermana mediana que siempre tuvo un sueño profundo, dormía a pierna suelta en la cama de encima de mí, en la litera.

Entonces en ocasiones la luz del flexo me despertaba, pues no había demasiado espacio y la mesa estaba en el centro de la habitación, muy cerca de mí.

Ella que se daba cuenta, dejaba el libro sobre la mesa y se levantaba. Se acercaba y me arropaba mejor y si aun así no me dormía, enfocaba con él el trozo de pared que había tras de mí y haciendo sombras con sus manos, me contaba un cuento. Eso nunca fallaba, mi madre me tenía mal acostumbrada con ese asunto.

Las sombras de sus manos en aquella pared y sus susurros, me acunaban hasta dormirme.

Después volvía a su silla a seguir estudiando bien alerta, para apagar aquel flexo inmediatamente si escuchaba algún ruido, pues el Sr. Scrooge tampoco quería que gastásemos luz por la noche. 

Por eso cuando se convirtió en aquel chubasquero, yo lo entendí como una manera de ser egoísta. Se había vuelto tan distante… ¿es que ya no me quería?

Comenzó a estudiar fuera, cada vez estaba menos en casa y un día se marchó.

Y al poco tiempo, mi otra hermana también. 

Ahora valoro y entiendo el porqué de aquello. Ella tenía que mirar por su bien y su futuro. Y admiro todos los esfuerzos que tuvo que hacer, aunque por suerte siempre contó con la complicidad y ayuda de mi madre.

Hace unos años descubrió el Yoga. Al principio como una forma de relajarse, pero poco a poco comenzó a permitir que la sensibilidad y el amor, volvieran a ella. De nuevo sus ojos comenzaron a mirar sin prejuicios, sin impermeabilidad… y de nuevo comenzó a buscarse en los ojos de los demás.

Volvió a escribir, a pintar, a soñar…

Recuperó su esencia.

Y es que quizás ahí radique la verdadera naturaleza de nuestra fuerza.

En que lo tuvimos todo predispuesto para acabar siendo rocas... 

y sin embargo, escogimos seguir siendo mariposas.